lunes, 22 de octubre de 2007

El Artico, la nueva región que las potencias buscan colonizar

Se cree que el 25% del petróleo y gas no descubiertos de la Tierra está incrustado en rocas debajo del océano Artico. Eso derivará en conflictos políticos e incluso climáticos.
Jeremy Rifkin ECONOMISTA NORTEAMERICANO
Si quedaba alguna duda sobre lo mal preparados que estamos para enfrentar el cambio climático, ésta desapareció este mes cuando dos mini submarinos rusos se sumergieron a tres kms de profundidad en medio del hielo del Artico, hasta llegar al fondo del océano, y plantaron en el lecho marino una bandera rusa de titanio. Esta primera misión tripulada hasta el fondo del Artico, que fue cuidadosamente organizada para la audiencia televisiva del mundo, fue el colmo del reality geopolítico. El presidente ruso Vladimir Putin felicitó a los buzos mientras su gobierno anunciaba su autoridad sobre cerca de la mitad del lecho oceánico del Artico. El gobierno ruso sostiene que el lecho marino que se encuentra debajo del polo, conocido como Cordillera Lomonosov, es una extensión de la masa continental de Rusia y forma parte, por ende, del territorio ruso. Para no verse sobrepasado, el primer ministro canadiense Stephen Harper arregló a último momento una visita de tres días al Artico para hacer presente el reclamo de su país sobre la región.Si bien en algunos aspectos todo el hecho tuvo algo de gracioso —una suerte de caricatura de expedición colonial de fines del siglo XIX—, el objetivo fue muy serio. Los geólogos creen que el 25% del petróleo y gas no descubiertos de la Tierra estaría incrustado en las rocas que están debajo del océano Artico.Las petroleras ya se apresuran para estar en primera fila y buscan cerrar contratos para explotar esa vasta riqueza petrolera potencial que está escondida debajo de los hielos del Artico. La petrolera BP creó una sociedad con Rosneft, la petrolera estatal rusa, para explorar la región. Al margen de Rusia y Canadá, otros tres países, Noruega, Dinamarca (Groenlandia es un propiedad danesa que llega hasta el Artico) y Estados Unidos reclaman el lecho marino del Artico como extensión de sus plataformas continentales y territorio soberano.Según la Ley de Tratado del Mar, adoptada en 1982, las naciones signatarias pueden atribuirse zonas económicas exclusivas para su explotación comercial, hasta los 320 kms de distancia desde sus aguas territoriales. Estados Unidos nunca firmó este tratado, por temor de que otras de sus cláusulas pudieran minarle soberanía e independencia política. Ahora, sin embargo, el repentino interés en el petróleo y gas del Artico ejerció una presión sobre los legisladores norteamericanos para que ratifiquen el tratado, de modo de que EE.UU. no quede excluido de la fiebre de petróleo del Artico.Pero lo que vuelve deprimente a todo este hecho es que el nuevo interés en explorar el lecho marino del Artico a la búsqueda de gas y petróleo es posible hoy en razón del cambio climático. Durante miles de años, los depósitos de combustible fósil permanecieron atrapados debajo del hielo, inaccesibles. Hoy, el calentamiento global derrite el hielo del Artico haciendo posible por primera vez la explotación comercial de los depósitos de gas y petróleo. Irónicamente, el mismo proceso de quema de combustibles fósiles libera cantidades masivas de dióxido de carbono y provoca un aumento de la temperatura terrestre, lo que a su vez derrite el hielo del Artico, volviendo disponibles más petróleo y gas para la energía. La quema de estos potenciales depósitos nuevos de gas y petróleo aumentará más todavía las emisiones de CO2 en las décadas venideras, reduciendo el hielo del Artico a una velocidad aún mayor.Pero la historia no termina aquí. Existe un factor mucho más peligroso en este drama que se está gestando en el Artico. A los expertos en climatología les preocupa otra cosa que está enterrada debajo del hielo y que de ser desenterrada podría hacer estragos en la biósfera terrestre, con consecuencias calamitosas para la vida humana.La mayor parte de la región siberiana del Artico sur, una zona del tamaño de Francia y Alemania combinadas, es una vasta turbera congelada. Antes de la era glacial precedente, la zona estaba representada mayormente por pastizales con vida silvestre. La llegada de los glaciares enterró a la materia orgánica debajo del permagel, en donde quedó desde entonces. (En geología, se denomina permagel o permafrost a la capa de hielo permanentemente congelada en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías o periglaciares como es la tundra). Mientras que la superficie de Siberia es desértica mayormente, hay tanta materia orgánica enterrada debajo del permagel como la hay en todos los bosques tropicales del mundo.Hoy, en momentos en que la temperatura de la Tierra aumenta de forma sostenida a raíz del CO2 y de otras emisiones de gases de efecto invernadero, el permagel se está derritiendo, tanto en la superficie de la tierra como en los lechos marinos. Si el derretimiento del permagel se produce en presencia de oxígeno en la tierra, la descomposición de materia orgánica lleva a la producción de CO2. Si el permagel se derrite al lado de lagos, en ausencia de oxígeno, la materia que se desintegra libera metano a la atmósfera. El metano es el más poderoso de los gases efecto invernadero, con un efecto 23 veces mayor que el del CO2.Los investigadores ya comenzaron a advertir sobre el advenimiento de un punto crítico en algún momento de este siglo, cuando la liberación de metano y dióxido de carbono podría crear un efecto de retroalimentación incontrolable, que elevará de forma dramática la temperatura de la atmósfera, lo que a su vez aumentará la de la Tierra, los lagos y el lecho marino, derritiendo más todavía el permagel y liberando a la atmósfera más CO2 y metano. Una vez que se llegue a ese punto, no habrá nada que los seres humanos puedan hacer, de naturaleza política o tecnológica, para frenar un efecto de retroalimentación descontrolado.
Copyright Clarín y Jeremy Rifkin, 2007. Traducción: Silvia S. Simonetti.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Nuestro futuro energético es el sol, no el uranio


Los líderes del mundo están entusiasmados otra vez con la energía nuclear. Pero es cara e insegura y lleva insumos que se agotarán en breve.



Jeremy Rifkin Economista norteamericano


La energía nuclear vuelve a estar de moda. En la reciente cumbre del G8 en San Petersburgo, el presidente estadounidense George W. Bush y el presidente ruso Vladimir Putin anunciaron un acuerdo amplio para cooperar en la rápida "expansión de la energía nuclear en todo el mundo" y pidieron a otros países que los siguieran. Bush sostiene que la futura seguridad energética de Estados Unidos y del mundo estará supeditada al aumento de la dependencia de la energía nuclear. Una tecnología que durante años sufrió ignominiosamente en el purgatorio científico ha sido resucitada. Ahora, ante los costos en alza del petróleo en los mercados mundiales y el calentamiento global, se levantó el velo que cubría a la energía nuclear. Esta tecnología fue prácticamente sometida a un lifting y es saludada por algunos como la mejor energía para una era sin petróleo.Pero antes de dejarnos arrastrar por el entusiasmo, deberíamos analizar las consecuencias que tendría renuclearizar el mundo.Primero, la energía nuclear es imposible de solventar. Con un precio mínimo de 2.000 millones de dólares cada una, la nueva generación de plantas nucleares sigue siendo un 50% más cara que volver a poner en funcionamiento plantas de energía alimentadas con carbón, y mucho más cara que construir plantas de gas. El costo de duplicar la electricidad generada por energía nuclear en Estados Unidos podría exceder el medio billón de dólares. En un país que ya enfrenta una deuda récord, tanto pública como de los consumidores, ¿de dónde procederá el dinero para construir una nueva generación de plantas nucleares?Si los líderes políticos del mundo están decididos a seguir adelante con la energía nuclear, tendrán que reconocer que los consumidores pagarán ese precio en impuestos más altos para sustentar los subsidios públicos y facturas mensuales de electricidad más altas.En segundo lugar, llevamos 60 años de energía nuclear y nuestros científicos e ingenieros todavía no saben cómo transportar, eliminar y almacenar de manera segura los desechos nucleares. El resultado es que las barras de combustible apagado se amontonan en instalaciones nucleares de todo el mundo.En Estados Unidos, el gobierno nacional invirtió más de US$8.000 millones y 20 años en erigir lo que es en principio una sepultura subterránea hermética excavada en lo profundo del Monte Yucca en Nevada para contener material radioactivo. La bóveda fue diseñada para no filtrar durante 10.000 años. Lamentablemente, la Dirección de Protección Ambiental ya admite que la instalación de almacenamiento subterráneo filtrará.Tercero, según un estudio realizado en 2001 por la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) sobre disponibilidad de uranio, los recursos de uranio conocidos podrían no alcanzar para satisfacer las necesidades ya en 2026, en el caso de una elevada demanda, y en 2035, en el caso de una demanda intermedia. Por supuesto, nuevas exploraciones podrían llevar al descubrimiento de otros depósitos y los nuevos avances tecnológicos podrían reducir las necesidades de uranio, pero, tal como están las cosas actualmente, dichas posibilidades son puramente especulativas.Cuarto, la perspectiva de construir cientos e incluso miles de plantas nucleares en una época en que se difunde el terrorismo islámico es errática. Por un lado, Estados Unidos, la Unión Europea y gran parte del mundo están aterrados ante la mera posibilidad de que un solo país, Irán, pueda recurrir al uranio enriquecido de su programa para construir plantas nucleares, y usar el material para desarrollar una bomba nu clear. Por el otro, muchos de esos mismos gobiernos están ansiosos por difundir plantas nucleares en el mundo entero. Esto significa uranio y desechos nucleares apagados en tránsito por doquier y su acumulación en instalaciones improvisadas, en muchos casos, cerca de zonas urbanas densamente pobladas.Por último, la energía nuclear representa el tipo de tecnología altamente centralizada y deficiente de una época ya superada. En una era de tecnologías distributivas que están debilitando las jerarquías, descentralizando el poder y dando lugar a redes y modelos económicos de fuente abierta, la energía nuclear resulta anticuada.La energía nuclear fue en gran medida una creación de la Guerra Fría. Representó una concentración masiva de poder y reflejaba la geopolítica de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, la geopolítica del siglo XX enfrenta la emergente política de la biosfera del siglo XXI. El mundo se está aplanando. En todas partes, nuevas tecnologías están dando a todos las nuevas herramientas que necesitan para ser participantes activos en un mundo interconectado. La energía nuclear, por el contrario, es una energía de elite, controlada por unos pocos. En una era en que "el poder para la gente" ha pasado a ser un mantra entre los pobres y los desfavorecidos del mundo, la energía nuclear es una reliquia. Su resurrección nos hace retroceder en el tiempo.Deberíamos en cambio llevar adelante un esfuerzo agresivo para poner en funcionamiento toda la gama de tecnologías descentralizadas renovables —energía solar, eólica, geotérmica, hidroenergía y biomasa— y establecer una infraestructura de almacenamiento de hidrógeno con el fin de asegurar un suministro constante, ininterrumpido de energía para nuestras necesidades de electricidad y transporte.Nuestro futuro energético común está en el sol, no en el uranio.

Es muy peligroso querer reescribir la historia



Paul Kennedy HISTORIADOR, UNIVERSIDAD DE YALE
Occidente se alarma con razón frente a ciertas actitudes de la Rusia de Putin. Tendría que preocuparse más aún por sus ideas sobre orgullo nacional y manuales de escuela.



La Rusia de Vladimir Putin envía desde hace años señales muy claras de que ya no es el Estado debilitado, con problemas y dependiente de Occidente que fue tras la desintegración de la Unión Soviética.Muchos podrán decir ahora que esa recuperación tiene bases endebles, que reside casi por completo en el elevado precio del petróleo y el gas, así como en la afortunada posesión por parte de Rusia de grandes reservas de esos recursos vitales. Es cierto. Pero si se los invierte con inteligencia, los ingresos petroleros pueden mejorar el desarrollo tecnológico e industrial y la infraestructura nacional, como así también la seguridad militar. Es evidente que el régimen de Putin no sólo hace inversiones estratégicas inteligentes —en infraestructura, laboratorios, Fuerzas Armadas modernizadas—, sino que el flujo de dinero le da al Kremlin la confianza necesaria para instrumentar una política exterior fuerte con la seguridad que por el momento le brinda una serie de circunstancias globales que afectaron a los Estados Unidos, desviaron la atención de China e India (hacia el crecimiento y la modernización interna) y dieron una inmensa capacidad de maniobra a todos los países productores de petróleo. Putin, por otra parte, parece ser un jugador de póquer formidable.Las empresas petroleras occidentales, por su parte, descubren que un contrato por el control de recursos energéticos no es algo que el gobierno de Moscú considere necesariamente una obligación legal sagrada. A medida que el Estado ruso recupera su fuerza, insiste en modificar las condiciones, lo cual le asegura al Kremlin y a sus organismos un paquete mayoritario. Así las cosas, grandes empresas internacionales como BP, Exxon y ConocoPhillips, a las que siempre se había considerado actores independientes poderosos, ahora admiten que se encuentran en una posición más débil.Muchos de sus gerentes generales se agarran la cabeza al enterarse de que Rusia acaba de reclamar amplios derechos en el Polo Norte, lo que implica el derecho a la explotación de los recursos energéticos submarinos. Moscú parece avanzar en sus reclamos internacionales con la misma celeridad con la que denuncia los acuerdos de control de armas. Resulta difícil seguirle el ritmo.Si bien todo eso es inquietante, sobre todo para los intereses de las empresas occidentales y los teóricos izquierdistas de la conspiración capitalista global, de ningún modo es inusual. Son los pasos que da una elite de poder tradicional que, tras sufrir derrota y humillación, se dispone a recuperar sus bienes, su autoridad y su capacidad de intimidar.Sin embargo, las noticias de Rusia que más me interesan no son las relacionadas con submarinos teledirigidos bajo el casquete polar ártico ni las presiones para que Bielorrusia pague sus cuentas petroleras atrasadas. Lo que me intriga son las medidas más amplias y sutiles que instituye el régimen de Putin para alentar el orgullo nacional (o nacionalista).Bastará con dos ejemplos: la creación de un movimiento juvenil patriótico y la reescritura no tan sutil de los manuales escolares de Historia rusos. El movimiento juvenil, llamado "Nashi" ("de nosotros") nació hace un par de años, pero crece con rapidez alentado por organismos gubernamentales decididos a inculcar las virtudes adecuadas a la próxima generación y a usar esos cuadros ultrarrusos para apuntalar el régimen contra la crítica interna.Las políticas que impulsa Nashi son eclécticas, pero es probable que hubiera podido decirse lo mismo de la Jugend de Hitler hace setenta años. Entre sus principales características se encuentran la reverencia por la patria, el respeto por la familia, las tradiciones rusas y el matrimonio (a este historiador le cuesta resistirse a la frase "Kinder, Kueche, Kirche"), así como un notorio rechazo a los extranjeros. Es difícil determinar si los imperialistas estadounidenses, los terroristas chechenos o los estonios ingratos ocupan el primer lugar de la lista de los que amenazan el estilo de vida ruso.En este momento Nashi entrena a decenas de miles de jóvenes diligentes. Actualmente se encuentran en campamentos donde hacen ejercicio aeróbico, analizan políticas "adecuadas" y "corruptas", y reciben la educación necesaria para la lucha que se avecina. Hace poco se movilizó a gran número de ellos para hostilizar a los embajadores de Gran Bretaña y Estonia en Moscú (y no me digan que el Ministerio de Relaciones Exteriores no estaba al tanto) luego de las disputas de Rusia con esos dos países. Según el Financial Times, Nashi entrena a sesenta mil "líderes" en el seguimiento de elecciones y la realización de encuestas en boca de urna en los próximos comicios de diciembre y marzo. Cabe dudar de si su imparcialidad igualará la de, por ejemplo, un equipo de observadores electorales de la ONU. Todo eso me parece muy inquietante.También lo son las noticias de que Putin elogió personalmente a los autores de un reciente manual para profesores de Historia de colegios secundarios que intenta inculcar un nuevo orgullo a los adolescentes en relación con el pasado de su país y alentar la solidaridad nacional. Como historiador profesional, siempre rechazo la idea de que los Ministerios de Educación deban aprobar algún tipo de punto de vista oficial respecto del pasado nacional.Me alarma que el nuevo manual de Historia de Rusia enseña que "el ingreso al club de los países democráticos supone rendir parte de la propia soberanía nacional a EE.UU.", así como que otras lecciones contemporáneas de ese tenor les sugieren a los adolescentes rusos que en el exterior hay fuerzas oscuras.A la larga, las campañas deliberadas de adoctrinamiento de la juventud rusa y de reescritura de la historia pueden tener mucha importancia en el desarrollo del siglo XXI.

lunes, 3 de septiembre de 2007

EGO SUM...

Ego sum...
Por El Plan Fenix *

A raíz de las restricciones que se produjeron en el suministro de electricidad durante junio y julio, ha emergido nuevamente la cuestión energética. Este episodio reconoce disparadores de orden coyuntural; principalmente, la ocurrencia simultánea de escasez hidráulica en importantes cuencas generadoras y de temperaturas anormalmente bajas, con la consiguiente sobredemanda de gas. Pero, además, han aflorado diversas cuestiones estructurales referidas a la temática energética que requieren la adopción de decisiones, si se trata de asegurar un proceso sostenible de desarrollo con equidad. Una vez más, se enfrenta la evidencia del carácter estratégico del suministro energético, cuando las sociedades aspiran a una mejora de sus condiciones de vida y a la realización de sus potencialidades.
La instancia por la que atraviesa el suministro de energía en la Argentina permite afirmar que se está cerrando una etapa caracterizada simultáneamente por la abundancia de suministro de gas, el saldo excedentario en hidrocarburos líquidos y la sobrecapacidad de generación de energía eléctrica. Estas constataciones indican, sin duda, que resulta necesario avanzar hacia una nueva configuración de la oferta energética y en aspectos relacionados con la gestión de la demanda.
Se trata a continuación cada uno de estos tópicos.
En relación con el gas natural, la Argentina presenta hoy una matriz energética intensiva en gas, como ningún otro país en el mundo. Esta fuente aporta más del 40 por ciento del total consumido. Esto es el reflejo de un crecimiento abrupto –producido a fines de los años setenta– en las reservas, y de sucesivas decisiones políticas que alentaron la libre disponibilidad y la difusión de su empleo. De esta manera, el gas trascendió el uso residencial e industrial: se implementó un programa de reconversión del parque vehicular (actualmente responsable del 10 por ciento del consumo total) y se dio libertad a la exportación a países vecinos, la que llegó a representar un 15 por ciento del total producido. Además, se implantaron numerosas centrales generadoras de electricidad que utilizan únicamente este combustible, y que, ante su carencia, no pueden operar normalmente.
Estas decisiones, que respondieron al interés de las empresas privadas operadoras, violaron el elemental criterio de preservar las cada vez más escasas reservas estratégicas.
La revaluación a la baja de las principales reservas de gas y el crecimiento del consumo han reducido el horizonte de disponibilidad –alguna vez situado en más de 25 años– al orden de los 10 años y, al parecer, no existen expectativas a corto plazo de nuevos descubrimientos. El incentivo a su uso fue más allá de lo razonable y es un hecho que el gas no será tan abundante de aquí en más (al menos en un horizonte de mediano-largo plazo), por lo que debe diseñarse una estrategia de preservación y sustitución.
En cuanto a los hidrocarburos líquidos, éstos representan algo más del 40 por ciento del consumo energético. Al igual que en el caso del gas, existió una clara política, en la década pasada, de promover su extracción, sin obligación alguna de prospección y sin que existiera –al contrario de lo que ocurre en casi todos los países– reparo alguno ante el agotamiento de un recurso tan crítico. Esto permitió un incremento sensible e irracional de la producción. Las exportaciones alcanzaron en algún momento el 40 por ciento de la extracción. Hoy, la participación es menor, aunque significativa, y se encuentra parcialmente reconvertida a derivados que, por otra parte, tienen retenciones sensiblemente menores a las del petróleo. La ausencia de prospecciones anticipa la continuidad de la declinación de los valores producidos, y es esperable que el superávit externo en la cuenta de los hidrocarburos líquidos concluya en breve.
La generación eléctrica fue objeto de una profunda reforma en la década pasada. Ella significó la liberalización de la actividad y la separación entre generación, transporte y distribución. Una vez más, prevaleció la idea de que el mercado sería el mecanismo apto para la implantación de la capacidad necesaria tanto en producción como en transporte. Ahora bien, el potencial de generación se incrementó en cerca de 10.000 MW, dando lugar a holgura en la oferta. Pero más de un tercio de esta adición correspondió a decisiones tomadas y financiadas por el Estado (represas de Yacyretá y Piedra del Aguila), y lo restante fue producto tanto de una innovación tecnológica –la implementación de los ciclos combinados en generación térmica– como de la estrategia de monetizar las reservas de gas de parte de los productores que precisamente fueron los principales inversores en estos ciclos.
El incremento de oferta se tradujo en una caída del precio spot de la energía, que fue básicamente transferido a los usuarios industriales (no así a los residenciales), a fin de compensar el bajo tipo de cambio entonces vigente e incrementar ventas. Como producto de este esquema, cesaron virtualmente las inversiones en el año 2000. No hubo, además, nuevos emprendimientos en generación no térmica en toda la década pasada.
La demanda de capacidad se incrementó paulatinamente, en escalones anuales del orden de 800 MW, hasta tocar un pico (anómalo) de 18.300 MW en junio pasado, frente a una capacidad nominal instalada de 24.000 MW. Debe agregarse a esto la ineficacia de los estímulos “de mercado” para la expansión de redes de transporte eléctrico. Esta fue reconocida, en parte, en los años ‘90, con la creación del Fondo para el Transporte Eléctrico Federal. Por su parte, las empresas distribuidoras realizaron escasas inversiones para mejorar la calidad del servicio.
Rentas
En definitiva, el esquema regulatorio consolidado en la década pasada permitió capitalizar rápidamente rentas primarias y ganancias tecnológicas a un conjunto reducido de actores privados, pero por cierto se mostró incapaz para asegurar una eficaz gestión para el largo plazo. Es más, toda necesidad de racionalidad de mediano y largo plazo fue negada como consecuencia de una concepción de absoluto laissez faire que encubrió una apropiación de rentas con miras de muy corto plazo. El escenario fue entonces de agotamiento de los recursos fósiles. No existieron proyectos de diversificación de la matriz energética. Esta se concentró en el uso de los hidrocarburos líquidos y gaseosos, al tiempo que no se avanzó en la prospección. En conclusión, se dilapidaron recursos petroleros y gasíferos en épocas de energía barata. Ahora el posible agotamiento de reservas nos enfrenta a un mundo con costos decididamente más caros.
En este panorama se introduce el episodio reciente de restricción energética. Desde el Gobierno, se instrumentaron medidas coyunturales, razonables algunas de ellas (la contención del consumo eléctrico industrial y la restricción al uso del gas natural comprimido GNC), objetables otras (la no disminución del alumbrado público, claramente redundante en muchos casos). Pero tal vez la mayor carencia que se ha percibido en la sociedad es la de una explicación que enmarque las acciones tomadas en una perspectiva explícita de mediano y largo plazo.
Se insinúa una estrategia: por iniciativa gubernamental, se encuentran en curso, desde hace varios años, diversos proyectos de ampliación de la capacidad de generación y de transporte eléctrico y de gas. Buena parte de ellos está demorada, pero de concretarse en tiempo y forma los nuevos cronogramas anunciados para estas obras, sería posible la razonable gestión –durante los próximos cinco años– de un sistema que se ha mostrado cada vez más vulnerable, aunque no en el nivel crítico que ciertos voceros pretenden. Los recientes acuerdos referidos a la provisión de gas con países de la región, de cumplirse también en tiempo y forma, permitirán además despejar dificultades de abastecimiento.
Estas acciones son, sin embargo, insuficientes. Se impone avanzar hacia una formulación más integral, que aún está ausente. Claramente, el eje central debe ser el diseño de una transición hacia una matriz más diversificada, en la que hidroelectricidad y energía nuclear deberán ser las que más deberán crecer, además de recurrirse complementariamente a fuentes no convencionales, como los biocombustibles, la energía eólica y, en menor medida, la energía solar.
Propuestas
En este marco, varios son los carriles por los que debe transitar la acción gubernamental. Entre ellos, se señalan los siguientes:
1. Es necesario encarar una política de racionalización en el uso de los recursos energéticos, mediante acciones correctivas de desperdicios evidentes (como es el caso de una autopista interurbana iluminada de más de 200 km, algo posiblemente único en el mundo), la promoción sistemática del ahorro energético y la revalorización de opciones de bajo costo energético, como son los casos del transporte ferroviario y el transporte público urbano.
2. Es perentoria la redefinición del marco regulatorio de generación y transporte eléctrico. No es la descentralización sino la planificación lo que debe regir aquí. Ello es así tanto por la magnitud y elevada vida útil de las inversiones requeridas, como por el exhaustivo conocimiento existente acerca de la actividad, que torna inútiles las “señales” del mercado. En este marco, puede existir operación privada y puede regir por cierto el principio de marginalidad en la operación. Pero resulta indispensable que los excedentes que genere el sector por sobre sus costos, incluida una rentabilidad adecuada, sean destinados a un fondo para ampliación de la capacidad, gestionado por el Estado y no apropiado por el sector privado. Asimismo, generación y transporte deben ser gestionados en forma conjunta, bajo una lógica similar de planificación técnicamente fundamentada y transparente.
3. El sector petrolero y gasífero requiere una profunda reformulación. En lo referente al tema de las reservas, se requiere, ante todo, obtener un dato fiable acerca de su magnitud y probabilidad (algo hoy inexistente) e identificar el efectivo horizonte de disponibilidad del país, con el fin de delinear un plan de acción consistente. Respecto del plano contractual, debe reemplazarse la figura de concesionario por la del contratista y reinstalarse con convicción y firmeza la noción de que las reservas hidrocarburíferas son propiedad de la sociedad, y no de los operadores, lo que también vale para la renta que ellas generan. Esta renta –que hoy representa no menos de 15.000 millones de dólares anuales–, deducido lo apropiado por vía impositiva, podrá en parte ser redistribuida a la sociedad (como lo es de hecho ahora) con el fin de aprovechar la ventaja comparativa de la economía del país –o minimizar las desventajas relativas que la importación de energéticos acarrea– y el remanente, que estimamos en un 40 por ciento, favorecer el desarrollo y la distribución. Pero, además, debería constituir una de las bases mayores de financiamiento del crecimiento y reconversión energética, sea bajo la forma de nuevas prospecciones de hidrocarburos, sea como inversión en fuentes alternativas. La actual jurisdicción de las provincias sobre los recursos hidrocarburíferos de áreas no marítimas no debería ser óbice para alcanzar este propósito. La solvencia y la competitividad energéticas son propósitos que no pueden sino ser asumidos con firmeza por la Nación. Esto no ocurre en la actualidad, cuando las provincias extienden por décadas los contratos de concesión vigentes, alejando la posibilidad de modificar convenios que colisionan con el interés público. Por otra parte, se deberán analizar los aspectos jurídicos y económicos relacionados con la empresa Enarsa para posibilitar su real liderazgo en materia energética, priorizando el resguardo de la transparencia y la soberanía nacional.
4. La temática de precios y tarifas debe ser objeto de un cuidadoso tratamiento. Se ha aducido que el origen de la actual coyuntura restrictiva debe buscarse en la falta de realismo de las tarifas. Al respecto, resulta oportuno consignar lo siguiente: por una parte, las tarifas eléctricas y de gas han sido reajustadas considerablemente para usuarios no residenciales, lo que implicó reequilibrar los valores medios percibidos por los operadores, luego de las pronunciadas bajas en la década pasada (no percibidas, como ya se dijo, por los usuarios residenciales). Asimismo, debe destacarse que los consumos residenciales de electricidad y gas fueron los que menos crecieron desde 1998, a pesar de la caída real de las tarifas correspondientes. En consecuencia, no debe esperarse un impacto sustantivo sobre el consumo residencial de un eventual reajuste tarifario (salvo incrementos desmedidos). Esto no quita que, a largo plazo, el horizonte de una energía más cara suponga oportunas correcciones en particular sobre los sectores de elevados consumos eléctricos residenciales cuya tarifa es hoy irrisoria. Ello con el fin de contribuir a un uso más racional, siempre atendiendo a impactos distributivos para usuarios de bajos ingresos. Este reajuste afectará, de todas maneras, al conjunto de los usuarios. Es urgente encontrar una solución a la dramática situación de los sectores de menores recursos que utilizan gas envasado en garrafas que, como es sabido, resulta mucho más oneroso, promoviendo un precio diferencial en las áreas que así lo ameriten.
Largo plazo
En definitiva, el sector energético debería ser testigo de un mayor involucramiento estatal y social. Esta situación, que en parte se está produciendo de hecho, requiere ser consolidada de pleno derecho, y apoyada sobre estudios criteriosos y fundados, con la concurrencia de las universidades y centros de investigación que limiten, al menos, el sesgo que hoy provocan los intereses particulares.
Una visión de largo plazo –a un horizonte no menor a los 20 años– debería producir respuestas más adecuadas que las que surgen de mercados miopes y actores privados poderosos, carentes de perspectiva. Cuestiones tales como el futuro desarrollo minero (un gran consumidor de energía eléctrica) y de los biocombustibles deben ser tratadas en este contexto. En relación con estos últimos, ello no deberá comprometer el medio ambiente ni la seguridad alimentaria.
Hay, desde ya, medidas que pueden tomarse en el corto plazo, aunque siempre referenciadas a un marco estratégico. Es necesario, entre otras acciones, reducir la demanda de gasoil para el uso de vehículos livianos y apuntar a una convergencia de precios entre naftas y gas natural comprimido. Se requiere, además, avanzar en la reducción gradual de las exportaciones de hidrocarburos, supeditándolas al hallazgo de nuevas reservas.
La Argentina dispone todavía, por fortuna, de un importante caudal de recursos para enfrentar el desafío energético. Ellos comprenden un potencial hidroeléctrico todavía no explotado, espacios geográficos aptos para explotar biocombustibles y energía eólica y el potencial –hoy una incógnita– que pueden brindar los hidrocarburos aún no descubiertos, tanto en cuencas explotadas como en nuevas.
El carácter rentístico de la actividad de los hidrocarburos y su particular dinámica explican que se halle expuesta a la poderosa influencia de intereses generalmente opacos, en todas partes y sea cual fuere el particular modo de gestión que adopte: público o privado, ya que lo característico es algún tipo de interacción entre ambos. La historia y la actualidad ofrecen acabadas muestras de a qué extremos se puede llegar para lograr su apropiación. Resulta indispensable, pues, que se impulsen modos de gestión, controles y prácticas de comunicación que aseguren la máxima transparencia ante la opinión pública. En esta cuestión se verifican agudos déficit que deben llevar, rápidamente, a la redefinición de las políticas y las prácticas predominantes desde hace ya largo tiempo, tanto en el sector público como en el privado.
Nuestro país cuenta con los recursos intelectuales, técnicos, industriales y financieros necesarios. Entre éstos debemos contabilizar una rica y consolidada experiencia en el ámbito de la energía nuclear, sin menoscabar el hecho de que tanto la explotación hidroeléctrica como la de los hidrocarburos fueron también realizadas con personal altamente capacitado de origen local.
Considerar el sector energético como un potencial integrador de tramas productivas de alta tecnología debería ser una meta por lograr en pocos años. Para ello es indispensable considerar la temática de un modo integral a través de un sistema de planificación sólido y una mayor comunicación e interacción entre los sectores académicos y productivos. Se trata, ni más ni menos, de poner esta riqueza en movimiento, con racionalidad y bajo una gestión eficaz y transparente, al servicio de un proceso de desarrollo con equidad.

* Proyecto estratégico, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires.

General Motors pone a rodar un vehículo que usa hidrógeno como combustible

LUN 03/09/07 13:31 El fabricante presentó su nuevo modelo Hydrogen4, del que circularán 100 unidades en todo el mundo. Tiene un motor eléctrico de 100 caballos, alcanza una velocidad máxima de 160 km/h y tiene una autonomía de 320 kilómetros, gracias a un depósito que almacena 4,2 kilogramos de hidrógeno.

El Chevrolet Sequel, primo del Hydrogen4, fue uno de los primeros autos en integrar el sistema de propulsión a hidrógeno.

El fabricante automovilístico estadounidense General Motors (GM) comenzará ene le otoño europeo con una fase de pruebas en la que estudiará la aplicación de tecnologías que utilizan el hidrógeno como combustible en vehículos de uso cotidiano. El director de la filial europea de GM, Carl-Peter Foster, consideró hoy que los vehículos que incluyan esta tecnología, que aprovecha la energía que se desprende de la combinación del hidrógeno y el oxígeno, serán comparables en cuanto a las prestaciones y los costos a los automóviles que utilizan combustibles fósiles en 2010. GM presentó su nuevo modelo Hydrogen4, del que circularán 100 unidades en todo el mundo a partir del próximo otoño, la mayor parte en EE.UU., para comprobar el uso de la célula de hidrógeno en las rutas. El nuevo vehículo, basado en los medianos de la marca Chevrolet, tiene un motor eléctrico de 100 caballos, alcanza una velocidad máxima de 160 kilómetros por hora y tiene una autonomía de 320 kilómetros, gracias a un depósito que almacena 4,2 kilogramos de hidrógeno. La compañía mostrará el vehículo en el Salón Internacional del Automóvil de Fráncfort, que se celebrará del 13 al 23 de septiembre.

martes, 21 de agosto de 2007

martes, 14 de agosto de 2007